- ¡Pronto, Juan! Vamos, unas cataplasmas.
¡Pronto!. El sacristán atento siempre a estos arrebatos, se fue detrás de Fray
Ramón que volaba sobre las conventuales calles metropolitanas, hasta llegar al
bajadero del río del Arenal, en donde encontrara a un hombre que se estaba
ahogando…!
Rápido, febricitante, corrió el fraile y cortó el lazo, y
cuando tornó á sus sentidos, le dijo, como si estuviese sabido de todo:
- Desventurado! Cómo dejas a tu esposa y a tus
pequeñuelos. Te salvas pero a ellos les condenas a una vida de miserias. Crees
que Dios mira con agrado estos sacrificios.
¡Padre Ramón…!
- ¿Cuánto debes? Toma aquí tienes esta joya. Es
una lagartija de esmeraldas. Ve donde el prestamista, sino conoces, cualquier
covachuelista te lo indicará. Trabaja y cuando tengas el dinero la redimes.
Como en sueños el hombre y el sacristán vieron que Fray
Ramón tomo de la hojarasca una lagartija y envolviéndola en un papel la dio al
ahorcado. Luego se levantó y bendiciéndole, le dijo:
- Anda, hermano. Piensa que socorro de abajo puede
ser socorro de arriba, que Dios te bendiga y te haga bueno. Amén.
El hombre se quedó como quien ve visiones, como si le
hubiesen arrojado un puñado de royos en los ojos.
Refiere la leyenda que algún tiempo después, cuando Fray
Ramón, iba de camino a Lima, de donde no tornó jamás, el hombre del Arenal,
corrió tras él hasta darle alcance en el Realejo, para entregarle la lagartija
de esmeraldas.
- Bueno hijo, has hecho bien, pongámosla entre la
hierba porque la pobrecilla tiene mucho tiempo de no comer.
- Anda, hermana lagartija, continuó, a seguir
errando por el monte.
Y el hombre del Arenal vió al animalito correr entre la
hojarasca.
Gustavo A. Prado
San Salvador, enero de 1926
Revista El Ateneo de El San Salvador
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